Cantar de Mio Cid: textos en versión actual

EL CANTAR DEL DESTIERRO

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De los sus ojos tan          fuertemente llorando 

Tornaba la cabeza          y estábalos catando. 

Vio puertas abiertas          y postigos sin candados, 

Alcándaras vacías,          sin pieles y sin mantos, 

Y sin halcones          y sin azores mudados. 

Suspiró mío Cid          pues tenía muy grandes cuidados. 

Habló mío Cid,          bien y tan mesurado: 

Gracias a ti, señor padre,          que estás en alto! 

Esto me han vuelto          mis enemigos malos! 

 

Allí piensan aguijar,          allí sueltan las riendas. 

A la salida de Vivar,          tuvieron la corneja diestra, 

Y, entrando en Burgos,          tuviéronla siniestra. 

Meció mío Cid los hombros          y movió la cabeza: 

 

Albricias, Álvar Fáñez,          que echados somos de tierra! 

 

Mío Cid Ruy Díaz          por Burgos entraba, 

En su compañía,          sesenta pendones llevaba. 

Salíanlo a ver          mujeres y varones, 

Burgueses y burguesas          por las ventanas son, 

Llorando de los ojos,          ¡tanto sentían el dolor! 

De las sus bocas,          todos decían una razón: 
 

¡Dios, qué buen vasallo,          si tuviese buen señor! 


EL CANTAR DE LAS BODAS


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 El que en buena hora nació          no lo retardaba: 

Ensíllanle a Babieca,          coberturas le echaban; 

Mío Cid salió sobre él          y armas de fuste tomaba; 

Vistiose el sobremanto,          luenga trae la barba; 

Dio una corrida,          ésta fue tan extraña; 

Por nombre Babieca,          el caballo cabalga; 

Cuando hubo corrido,          todos se maravillaban: 

Desde ese día se preció Babieca          en cuan grande fue España. 

Al cabo de la corrida,          mío Cid descabalgaba; 

Se dirigió a su mujer          y a sus hijas ambas. 

Cuando lo vio doña Jimena,          aprisa se le echaba: 

¡Merced, Campeador,          en buena hora ceñisteis espada! 

Sacado me habéis          de muchas vergüenzas malas. 

Heme aquí, señor,          yo y vuestras hijas ambas; 

Con Dios y con vos          buenas están y criadas. 

A la madre y a las hijas          bien las abrazaba; 

Del gozo que tenían          de los sus ojos lloraban. 

Todas las sus mesnadas          en gran deleite estaban; 

Armas teniendo          y tablados quebrantando. 

Oíd lo que dijo          el Campeador contado: 

Vos, querida y honrada mujer          y mis hijas ambas, 

Mi corazón          y mi alma, 

Entrad conmigo          en Valencia la casa, 

En esta heredad          que os tengo ganada. 

Madre e hijas          las manos le besaban; 

Con tan gran honra,          ellas en Valencia entraban. 


EL CANTAR DE LA AFRENTA DE CORPES

 

En Valencia estaba mío          Cid con todos sus vasallos; 

Con él ambos sus yernos,          los infantes de Carrión. 

Yacía en un escaño,          dormía el Campeador; 

Mal sobresalto,          sabed, que les pasó: 

Saliose de la red          y desatose el león. 

En gran miedo se vieron          en medio de la corte; 

Embrazan los mantos          los del Campeador, 

Y cercan el escaño          y se ponen sobre su señor. 

Fernán González no vio allí donde se escondiese,          ni cámara abierta ni torre;  

Metiose bajo el escaño,          ¡tuvo tanto pavor! 

Diego González          por la puerta salió, 

Diciendo por la boca:        ¡No veré a Carrión!, 
 

Tras una viga lagar,          metiose con gran pavor; 

El manto y el brial          todo sucio lo sacó. 

En esto despertó          el que en buena hora nació; 

Vio cercado el escaño          de sus buenos varones. 

¿Qué es esto, mesnadas,          o qué queréis vos? 

¡Ah, señor honrado!,          alarma nos dio el león. 

 

Mío Cid apoyó el codo,          en pie se levantó; 

El manto trae al cuello          y adeliñó para el león. 

El león, cuando lo vio,          mucho se amedrentó; 

Ante mío Cid,          la cabeza humilló y la boca bajó. 

Mío Cid don Rodrigo          del cuello lo tomó, 

Y llévalo de diestro          y en la red le metió. 

A maravilla lo tienen          cuantos allí son; 

tornáronse al palacio          para la corte. 

Mío Cid por sus yernos          demandó y no los halló; 

Aunque los están llamando,          ninguno respondió. 

Cuando los hallaron,          vinieron tan sin color. 

¡No visteis tal burla          como iba por la corte! 

Mandolo prohibir          mío Cid el Campeador. 

Se sintieron muy ofendidos          los infantes de Carrión; 

Gran cosa les pesa          de esto que les pasó. 

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